20 años de cóctel anti-VIH: el tratamiento avanzó, pero el prejuicio continúa
Poco tiempo atrás, en los años 2000, un marinero de 46 años fue dejado por un navío en el Puerto de Recife (Estado de Pernambuco) en condiciones críticas de salud, a causa de su convivencia con el virus VIH. Sin familiares o amigos en los cuales apoyarse, vivió ocho años en la Casa de Apoyo Sol Naciente, en la ciudad de Fortaleza (Estado de Ceará), institución filantrópica que acoge a seropositivos sin condiciones para el autocuidado. Allá, él vivenció, hasta el fin de su vida, un afecto con el cual nunca había podido contar antes, pero también padeció de las amarguras que el Síndrome de Imunodeficiencia Adquirida (Sida) impone.
En los últimos tres años de vida, el entonces ex-marinero tomaba cerca de 60 comprimidos por día, divididos en dosis por la mañana, tarde y noche. Esto era el cóctel antirretroviral, la combinación de una serie de fármacos, de acuerdo con la situación de salud de cada paciente. Hoy en día, aunque la cantidad de medicamentos continúe, pudiendo extenderse en un sin fin de comprimidos, el cóctel ya cuenta con fórmulas de compactación de las substancias y la industria farmacéutica ya consigue ofrecer, por ejemplo, tres antirretrovirales en sólo una cápsula.
“Específicamente en relación con la medicación, creo que viene mejorando. Mejoró la tecnología, la información en relación con la medicación y se derribaron algunos mitos”. Quien afirma esto a Adital es la asistente social Juliana Marcelino, coordinadora de la Casa de Apoyo Sol Naciente. La compactación del cóctel favoreció el tratamiento en diversas circunstancias. “Algunas medicaciones sólo podían ser mantenidas en la heladera. Hoy, ya pueden ser mantenidas a temperatura ambiente. Hay personas con VIH, por ejemplo, que no tienen heladera o tienen que desplazarse o necesitan guardar la medicación en un puesto o en la casa de un vecino”, explica Juliana.
Entre los avances, ella cita también la actividad física como aliada a la calidad de vida de los seropositivos. “Hace 14 años [cuando la institución fue creada, en 2001], una persona con VIH no podía hacer ejercicio físico. Hoy, ella puede y debe. Se creía que sería una carga más, un desgaste más para el cuerpo, porque la medicación ya era muy fuerte. Actualmente, se cree que la actividad física ayuda a mejorar la inmunidad”, afirma.
Otro beneficio de la actividad física está dirigido a los seropositivos que sufren la llamada lipodistrofia, caracterizada por la concentración excesiva de grasa en el abdomen, tórax y nuca, y pérdida de grasa en la cara, brazos y piernas de personas seropositivas que están utilizando la Terapia Antirretroviral Altamente Activa (HAART), también conocida como terapia de combinación o cóctel para el tratamiento anti-VIH.
“Uno ve que algunas personas con Sida tienen una apariencia de poco músculo en el rostro, pero tienen una acumulación de grasa en la espalda, en el vientre, tienen pérdida muscular en la pierna. Es como si hubiese un desequilibrio en la distribución muscular”, explica. “Entonces el ejercicio físico ayuda a mantener esa distribución muscular equilibrada”, complementa Juliana.
Suavización de los efectos colaterales
Pocos años atrás, cuando había consenso de que Brasil vivía una epidemia de contaminación del virus entre la población, los efectos colaterales en la salud de los seropositivos eran, principalmente, de orden neurológico o psíquico. “Algunas personas que tomaban remedios a la noche, los mismos eran tan fuertes que tenían alucinaciones”, cuenta Juliana. “Otras tenían síntomas de anemia, una debilidad severa, que realmente les impedía trabajar”, recuerda.
“Fue una época en la que las personas que vivían con el VIH, sólo por vivir con el virus, ya les garantizaba el beneficio asistencial. El Sida era una enfermedad todavía desconocida. Si hoy el Sida todavía es una enfermedad joven, imagine hace 15 o 20 años. La persona prácticamente necesitaba ser cuidada en una burbuja”, afirma. “En los últimos años, algunos mitos precisaron ser deshechos”, agrega la asistente social.
La tecnología mejoró, pero el prejuicio permanece
En la evaluación de Juliana Marcelino, aunque el tratamiento haya realizado grandes saltos en lo que tiene que ver con las tecnologías de fármacos y la investigación científica haya obtenido y divulgado conocimiento sobre el virus VIH y el Sida, los seropositivos todavía enfrentan la discriminación en Brasil. “Al mismo tiempo en que la información aumenta, es como si las personas no tuvieran acceso”, discute la coordinadora de la Casa Sol Naciente. “Hoy, yo tengo personas [en la institución] que resaltan que, cuando vivían con la familia, existía la silla de ellos, el plato de ellos. Ellos no podían sentarse en el sofá con la familia”, cuenta.
El llamado “grupo de riesgo”, conocido al comienzo de la epidemia como hombres homosexuales o profesionales del sexo, hoy fue deconstruido. Actualmente se habla de “personas vulnerables”, que son por ejemplo, la población joven, hombres que tienen sexo con hombres, además de los ancianos.
“Con los cambios en las relaciones de las personas, la propia relación sexual, después de los 50, 60 años de edad, cambió. Ellos se quedan viudos, pero pasan a tener nuevas relaciones. Pero el profiláctico es una palabra que ellos no conocen mucho, porque estuvieron casados durante 40, 50 años. No es una cosa presente en la relación sexual de los ancianos”, contextualiza. “Hoy, no puede más hablarse de grupo de riesgo, eso quedó en el imaginario de las personas. El prejuicio en torno del Sida todavía es muy fuerte”, afirma.
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