Cuando leas estas líneas ya habrá pasado Eurovisión. El festival más queer del mundo habrá terminado y nadie se acordará de quién cantaba, qué ropa llevaban o en qué posición ha quedado tal o cual país. O quizá a primeros de junio todavía nos acordemos aunque dentro de un par de meses, cuando estemos disfrutando del sol de agosto, nadie se acordará. Porque está hecho así. Nos divertimos mientras duró. O no.

Este año la cosa empezó con polémica, para variar. De momento la anécdota, broma, metedura de pata, desvergüenza de incluir la Ikurriña entre las banderas prohibidas. Pero un momento, ¿de verdad había una lista de banderas prohibidas? ¿Y de pancartas? ¿Y de atuendos? Lo más divertido del caso fue ver al Gobierno del PP defendiendo la Ikurriña en las instituciones. “Cosas veredes, amigo Sancho”.

El banderagate desvió la atención unos días de la madre de todas las polémicas: Rusia. La madre Rusia suele presentar apuestas muy efectivas. Y sus polluelos de Europa del Este tienen mucho respeto al otrora imperio soviético. En cualquier caso, los rusos saben qué gusta y lo presentan. La fórmula es harto conocida. Aunque por nuestras latitudes nos empeñamos en llevar otro tipo de intérpretes creyendo que alguien va a valorar las capacidades vocales de la susodicha o susodicho. Y no. El Festival de Eurovisión dejó de fijarse en si uno llega a la nota más alta o si la melodía es armónicamente perfecta cuando el muro de Berlín estaba aún fresco. Desde hace años se lleva otra cosa. La apuesta más acertada de los últimos años fue el Chikilikuatre, pese a las anginas de pecho que causó en los despachos de los que mandan. Sin embargo, el público entendió la apuesta del equipo de Buenafuente, y en Europa también.

Y los rusos envían tíos buenos. Sí. Tíos buenos que encandilan con miradas azulísimas, sonrisas blancas como las estepas de Siberia, y más abdominales que legislaturas tiene Putin. Saben que Eurovisión tiene un share gay importantísimo y saben que el voto telefónico pesa. El del jurado lo tienen asegurado con todos los compromisos político-energéticos que no vamos a desarrollar aquí porque esto no es Le Monde Diplomatique.

Pues eso. Que la polémica está servida porque ha habido voces que han pedido a los gais de Europa (y de los países invitados, aledaños, anejos y fronterizos) que no voten a Rusia. Por muy buenorro que esté el Sergey Lazarev este, no olvidéis que Rusia aprueba leyes homófobas cada mes.

Pero ¿qué habrá pasado? Escribo un mes antes del festival y por tanto sólo puedo especular. Pero todo apunta a que Rusia es favorita y que tiene muchos puntos ya ganados entre testosterona propia y ajena, y a causa de lo dicho antes sobre Le Monde Diplomatique.

Y el año que viene más de lo mismo. Nos quejaremos una semana de los votos por nacionalidades, vecindades, favores, dominios geo-gaseodúcticos y veremos algunos debates sesudos de intelectualoides que dirán que nuestros bemoles eran mejores y más armónicos que los de los eslavos.

Pero na’ de na’. Musicalmente ninguna de las canciones sobrevivirá más allá del verano y los intérpretes volverán a sus países habiendo dado lo mejor de sí mismos y recibidos como si volvieran de la Guerra de las Galias. Porque el Festival de la Canción de Eurovisión es un show, y un show business además. Un pufo para el país que lo organiza aunque un chollo para todos los negocios que lo crecen a su alrededor.

Y los gais de Europa habremos cumplido un año más con el ritual de las cenas de amigos, las eurofiestas en casa y poco más. Y quizá Rusia no haya ganado, o sí. Y en ese caso, en 2017 iremos todos a Moscú aunque sin la bandera del arco iris, porque esa sí que estará prohibida. La pregunta es si entonces tragaremos.

ACTUALIZACIÓN: Rusia no ganó, aunque ganó en el televoto. Si es que somos masocas. Los jurados profesionales querían ir de gorra a las antípodas y votaron que Australia ganase Eurovisión (?!!). El cantante israelí humillado y maltratado en Moscú por ser gay. Y una ikurriña confiscada en la puerta del evento. Lo mejor: las propuestas diferentes y cantadas en sus idiomas respectivos, que dan color y muestran la diversidad de Europa.
    
Eurovisión se va hasta el año que viene, corazones.

Óscar Hernández Campano
oscarhercam@gmail.com