Por cada disco de Heavy Metal que usted haya decidido guardar en las estanterías de su habitación encontrará al menos cinco personas que tendrán algo que reprocharle al género. Entre algunos lugares comunes oirá que esta música apenas es apta para emborracharse con licor barato, empapelar sin remordimientos una habitación con afiches de pésimo gusto, tener un guardarropa en donde hasta los calzoncillos son negros o, en el mejor de los casos, perder inútilmente el tiempo.

Han pasado 30 años desde que, en Inglaterra, la agrupación de clase obrera Black Sabbath excediera en pesadez a sus pares en el rock duro de la época (Deep Purple, Led Zeppelin, Blue Cheer, The Who) y convirtiera su forma densa de blues eléctrico en un género autónomo.

Sí, el Heavy Metal nació a la defensiva. Cada banda que apareció no pudo evitar sentirse señalada por todo, desde lo áspero de su estética hasta sus limitados rangos de creatividad artística. Su música representaba una vía de escape a esa incomprensible realidad de instituciones represivas y, sin embargo, nunca fue un movimiento social de tendencia contestataria. Era una rebelión de suburbio, ruidosa y pasiva.

Ahora, si hay algo que el Heavy Metal nunca tuvo que entrar a defender, era su hombría. Desde el principio la música parecía un firme apretón de mano de macho alfa. Era una realidad simulada en la cual las mujeres jugaban un papel menor. Las referencias a la mujer en los temas apuntaban al resentimiento por el daño que le habían hecho a los músicos o su consabido rol de objeto sexual. Claro que los Metaleros con corazón sí existen y una década más tarde, varios de ellos se hicieron millonarios componiendo baladas cursis, pero lo cierto es que “la historia la escriben los ganadores” y, en este caso, son hombres.

Macho, Macho Man
Algo indiscutible es que uno de los nombres más grandes en la historia del Metal es el de Judas Priest. A esta banda, que como Black Sabbath también nació en la industrial ciudad de Birmingham, se le atribuye más de una hazaña. Una fue haberle dado más rapidez rítmica al sonido Sabbath y haber hecho la música no solo más oscura sino más agresiva. El resultado consistía en una megalomanía de percusiones híper revolucionadas rematadas por un implacable ataque dual de guitarras y agudos gritos de alma en pena. Mejor dicho, si Sabbath era una película de terror de monstruos con Béla Lugosi, Priest estaba más cerca de un asesino en serie y carnicero tipo Viernes 13. Este sonido luego daría paso a todo un nuevo movimiento que incluiría a bandas ampliamente populares como Iron Maiden, Def Leppard y Mötorhead.

El otro aporte que Judas Priest le dejó al género —avanzados los setenta— fue su estética definitiva: chaquetas, pantalones y gorras de cuero, también filas interminables de afiladas tachuelas, gruesas cadenas y botas de motociclista; elementos compartidos con el punk, otro genero de raíces agresivas y rebeldes. El imaginario estaba completo y ya la música no solo sonaba ruda sino que también lucía así. Su líder, el cantante Rob Halford, afirmó en entrevistas que la idea de utilizar esa indumentaria, con la cual se empezaron a identificar las bandas y los seguidores, había sido inspirada por sus paseos en las tiendas sadomasoquistas del Soho londinense. Claro, Halford era gay… ¿Por qué a nadie se le había ocurrido antes?

Aunque el cantante solo dejó conocer su verdadera orientación sexual en una entrevista con MTV en febrero de 1998, para los más cercanos a la banda ya no era un secreto. Tampoco para los oyentes más perspicaces, que lograron descubrir ciertas pistas en su lectura entre líneas de canciones como United, Eat Me Alive o Raw Deal, cuyas letras en principio habían sido escritas con la intención de pasar por generales, pero que ahora gritan tan agudamente como Halford su obvia naturaleza.

El Heavy Metal era una realidad compuesta por hombres y si lo pensamos resulta apenas lógico que existieran casos como estos; pero al Metalero promedio de los setenta, ochenta y noventa la posibilidad ni siquiera le pasaba por la cabeza. De todos modos, no deja de ser curioso que Judas Priest se convirtiera en una influencia directa sobre las formas de Heavy Metal más radicales y homofóbicas. Rob Halford explicaba que el “Metal es poder”. Y ahora entendemos que ese “poder”, ese simbólico alzarse en armas podía tener más de una connotación. Como para los neoyorquinos Manowar, banda compuesta en 1979 por cuatro fisicoculturistas aficionados, que parecía haber salido de la revista Playgirl y tocaba un chauvinista power Metal, género que volvía sobre tramas de fantasía medieval, mitología guerrera y paseos en Harley Davison. En su imaginario particular este “poder” era asumido a través de símbolos fálicos como espadas y con sus letras apuntaban a conseguir siempre la sumisión de sus contrincantes; así, en su épica batalla por preservar el nombre de lo que llamaban “verdadero Metal”, los integrantes de Manowar siempre fueron los primeros en quedar en ridículo con posturas fascistas ante casi todo. Incluyendo a la comunidad homosexual, aunque ellos mismos parecían vestidos para iniciar la coreografía de “YMCA”.

La vida privada del Metal ha estado desde el comienzo hecha de contradicciones, verdades ocultas y también a medias, poses, excesos, descarríos y, sobre todo, prejuicios. Por ejemplo, muchas bandas se han referido, y se siguen refiriendo a otras como “gais” cuando no piensan que el sonido o la imagen de estos infunde la rudeza suficiente. Dave Mustaine, de Megadeth, una banda de violento sonido thrash Metal en sus inicios, solía utilizar la expresión “Gay L.A. Metal” para referirse a las maquilladas agrupaciones del Holywood de los 80 como Poison y Mötley Crüe. Esto sugería un anagrama a partir de la palabra Glam, que era el otro término básico de este subgénero.

El Glam Metal
Una banda prototipo de Glam Metal consistía en cuatro o cinco tipos en botas de plataforma, con espléndidas melenas pasadas por galones de laca, ojos saturados en delineador y ajustadas prendas que bien podían haber salido del guardarropa de alguna colorida prostituta del Sunset Strip. Lo indiscutible, y de alguna forma irónico, es que esta fue la primera y más exitosa camada de Metaleros en conseguir atención femenina. De hecho, ese era uno de sus más grandes intereses, uno que junto a las drogas y el alcohol, en muchas ocasiones excedía al de la música misma. Así hablaba la retorcida lógica de Metal: si eres un ultra macho como Rob Halford es probable que estés guardando más de un látigo en tu closet, pero si eres una estrella de rock travestida es probable que seas el más viril de la manada.

En el clóset más sombrío
Pero siguiendo con lo de la retorcida lógica del Metal, el extremo subgénero del Black Metal, totalmente europeo y ante todo nórdico, logró llevar a principio de los 90 las cosas más allá en todos los sentidos. Para empezar, estos tipos lograban que actos de shock rock de décadas atrás, como Kiss o Alice Cooper, parecieran tan inocentes como el Show de los Muppets. Bandas como Mayhem o Burzum asumían la música como un aspecto más de la sangrienta cruzada anticristiana que libraban en sus mentes. La formula incluía machacantes ritmos de licuadora, letras en forma de conjuro satánico, caras pintadas de demonio mitológico, sacrificios animales en el escenario e irritantes voces de Gremlin. En últimas, lo de ellos desde siempre fue intentar literalmente producir esa “banda sonora del infierno”, buscando a toda costa consecuencias en la realidad para su simpatía con el diablo. Entre más gigantescas fueran las bacanales y más asesinatos tuvieran consignados sus músicos en los expedientes policiales, los grupos vendían más discos. Era la abrumadora realidad de un género que no consiguió escalar en las listas musicales pero sí muchas primeras planas en la prensa. Y en esto uno de los mejores siempre fue Gaahal, ex líder de la banda noruega Gorgoroth y satanista consumado.

En 2006 el cantante, de aspecto particularmente intimidante, pasó nueve meses en la cárcel por haber torturado a un hombre durante seis horas, mientras le hacía tomar su propia sangre. Pero sus titulares no siempre fueron amarillistas. Dos años después, tras dejar el grupo Gorgoroth, Gaahl figuraba en otra sección del periódico: esta vez anunciaba el lanzamiento de su propia línea de ropa para mujer.

Para muchos este acto fue valiente y casi suicida, pero lo cierto es que apenas parece la punta del iceberg en el caso del Black Metal. Desde hace mucho el subgénero se perfila como uno de los lugares más concurridos, contradictorios y peligrosos para ser gay y Metalero al mismo tiempo. Ideológicamente muchos iniciados, en la vindicación de su totalitarismo anticristiano y de sus prácticas satanistas, terminan por validar cualquier forma de pecado y asimilar una conducta homosexual. Pero casi nadie que hace parte de esto tiene el valor para aceptarlo públicamente, pues se temen represalias mortales de alguno de sus pares más radicales (y homofóbicos) en la escena, algo que ha dado cabida a situaciones como el encubrimiento y justificación de prácticas sexuales a través de rituales de magia negra al interior de sectas y comunidades ocultas.

(Para no tener que ir hasta Escandinavia, un caso colombiano fue el del antioqueño Mauricio “Bull Metal” Montoya, que luego de haber sido el primer baterista de la banda Masacre se dedicó durante los 90 de lleno a su tienda de discos en Medellín, a sus conexiones con la escena del Black noruego y a su secta satánica, Lobos en Contra de Cristo. Su vida y, sobretodo su suicidio en 2003, han sido siempre relacionados con la represión de su sexualidad).

Sexo, orgullo y rock ‘n roll
Con una apertura mayor a los derechos LGBT, la década pasada vio a más gente en el Metal sintiéndose cómoda para aceptar sus verdaderas preferencias. Muchas fueron mujeres. Hoy en día hay más bandas femeninas que antes y es interesante ver cómo, a diferencia de los hombres, ellas han utilizado más cómodamente el género para afirmarse. No se trata para nada de un movimiento claro como el de las militantes feministas del punk de principio de los 90 conocidas como Riot Grrrls, pero puede asegurarse que bandas de Metal con integrantes gay como Otep, Kittie y las sutiles Lesbian Bed Death han encontrado en la ruda sensibilidad del Metal ese “poder” para sentirse cómodas con lo que son, aprovechando la dura música para comprometer una postura firme ante su sexualidad.
Otra cosa que vio la década pasada fue la aparición de comunidades de seguidores gay del Metal, foros con nombres como Queer Metal, Gay Metal Society o Gay Metal Heads le ofrecen un canal abierto de comunicación a esos seguidores de la música que, por lo general, no encuentran afuera en muchos lugares del mundo de concreto. La web también ha permitido que humoristas en el espíritu de parodia a lo Spinal Tap como Pink Steel, un dúo alemán que publica en itunes sus canciones sobre “fiestas de salchichas” y “abrirse al orgullo”, ayuden entre otras cosas a que el género se tome a sí mismo y a su masculinidad un poco menos en serio.

Si bien últimamente el número de closets abiertos no ha sido importante, al menos sí es mayor que el de otras épocas. Joey Jordinson de Slipknot y Doug Pinnick de Kings X son algunos casos relativamente recientes. Pero esto tampoco cambia mucho el hecho de que el Metal sigue pareciendo un espacio inapropiado para los homosexuales. Aunque las conductas ambiguas han influido por momentos en la popularidad de artistas que limitan con el Metal desde lo gótico —como Marilyn Manson o Lacrimosa—, el sentimiento general sigue siendo que abrir la puerta del closet puede también significar cerrar la puerta de una carrera.

Madonna y tantas otras estrellas pop se han hecho notables por sus posiciones pro LGBT. Freddy Mercury de Queen siempre será el rockero gay por excelencia. Y ciertas canciones de Morrisey con The Smiths o Michael Stipe con R.E.M. apuntan directamente a la vacilación sexual de estos cantantes. Pero ninguno de ellos ha recibido demasiadas bajas en sus listas de seguidores heterosexuales por esto; lo que ocurre es que, además de que todos parten de una base discursiva claramente opuesta a la del Metal, su música o su imagen no estaban circunscritas a un género con una carga implícita tan fuerte de afirmación de la virilidad masculina. Y ese es ya una suerte de pecado original que a todo Metalero, homo, hétero o bi, tendrá siempre que asumir.

Eugenio Chahin de Gamboa
Periodista musical, durante años redactor de Rolling Stone Latinoamérica y de Playboy Colombia, actualmente y desde 2014 editor adjunto de Rolling Stone Colombia. Estuvo a cargo de la Jefatura de prensa de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño. Desde 2011 es director de comunicaciones de las productoras de conciertos T310 Producciones y Absent Papa, en las que desarrolla contenidos para proyectos como el Festival Estéreo Picnic. Ha escrito en publicaciones muy diversas, como Shock, Donjuan, Metrónomo, Soho, El Espectador, Mtres o Arcadia entre otras. Ex candidato a edil de Laureles por el@PartidoMetalero Colombiano. Metallista olímpico. Amante de las causas perdidas y los @Lakers. Sobreviviente de Bogotá.
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