Para un gay siempre fue transcendental encontrar historias homoeróticas en la pantalla de un cine. Allá por los mediados de los ochenta, cuando yo me convertía en un cinéfilo, la visibilidad de los gays estaba prácticamente vetada en la televisión, en la prensa, en la radio: ser marica era una vergüenza que había que ocultar y, quien no pudiera ocultarlo se arriesgaba a ser el objeto de las chanzas de los demás. Los maricas visibles solo podían entenderse como travestidos. Nuestros referentes se reducían a una antología de poemas de Kavafis, los ensayos y Amado Mío de Passolini, el obligado Maurice de EM Forster (que la película homónima hizo famoso), De Profundis de Wilde, la Oda a Walt Whitman de Lorca y los “modernos” William Burrows y Bukowsky. Podíamos bucear en la postmodernidad de Terenci y muy pocos sabían leer tras las líneas de la Highsmith.
Todo era velado, segundas intenciones, autores encarnados en mujer para expresarse, como en las películas de Almodóvar… En música, un poco de lo mismo. El glam estaba pasado de moda y los de Bowie, T Rex y Elton John eran más bien exabruptos. Entonces yo era un heavy-gay en un armario que solo se abría de noche bajo la bruma verde de los cigarrillos aliñados. Buscar un nuevo libro, encontrar una película, descubrir una línea en la letra de una canción que nos mencionara (“…sé lo que tengo que hacer para conseguir, que tú estés loco por mí. Ven a mi lado y comprueba el tejido…”) era todo un motivo de orgullo. Y si el hallazgo no se producía, se inventaba. De ahí todos los bulos sobre supuestos maricas reprimidos. La ley del deseo marcó un antes y un después pero todavía se rifaban las copias de Un chant d’amour de Genet. Enseguida vivieron muchas películas que atesorábamos en cintas de VHS prestadas solo a los más íntimos: Ábrete de orejas, Mi hermosa lavandería, Trilogía de Nueva York, por supuesto Maurice y la cubana Fresa y chocolate.
Los ingleses comenzaban a producir películas de bajo presupuesto de temática específicamente gay para un público selecto (y pudiente). En ese ambiente un grupo de amigos decidió organizar un programa para la televisión que se llamó Hasta en las mejores familias y que tuvo su lugar en una televisión local de Madrid: Telemadroño. Se trataba de un magazine de variedades, con entrevistas, actuaciones, reportajes. Por ahí pasaron muchos de los iconos de la postmodernidad filogay del momento, desde Rossy de Palma a Paco Clavel.
Como teníamos experiencias místicas en cada visionado de las anteriores cintas, tal vez decidimos repetir la experiencia contando nuestras propias historias en formato cortometraje. Yo seguía en el armario. Como se trataba de cortos y suponíamos que los verían muy poca gente entre los que no estarían nuestros padres, comenzamos a hacer cortos gays. Nuestros padres, como se puede imaginar, fueron los primeros en verlos y, sorprendentemente, en aplaudirlos, defenderlos y recomendarlos. Recuerdo a mi madre haciendo proyección y cinefórum de En Malas Compañías entre sus amigas en casa.
Tal vez nosotros salimos del armario a través de las películas. También para nuestro asombro, los cortos ganaban premios por todas partes. En un principio el título de los premios era del tipo “la película que mejor defiende los valores sociales”, pero al poco comenzaron a aceptarnos en las secciones “normales”. Tanto éxito tuvimos que un amigo productor, cuando le pedía consejo sobre la dirección que tomar en la elección de temas para mi primer largometraje, no tuvo duda en sugerirme que me dedicara a hacer películas de temática gay. Yo decliné la idea pensando que eso limitaría las posibilidades de mis películas pero él insistió en todo lo contario: hay que buscar un tipo de cine que podamos dominar y, de hacerlo, dedicarnos a él. A partir del éxito de nuestro primer cortometraje, decidimos bautizar la productora con el nombre de Malas Compañías.
Diez años después aquí estamos, tras haber seguido más o menos el consejo de Doug Wilson. Seres extravagantes (2004), Clandestinos (2007), Verde, verde (2010), Azul y no tan rosa (2012) y La Partida (2013) son todas películas gays. Hemos hecho otras igualmente exitosas. Con las dos últimas rodadas respectivamente en Venezuela y Cuba hemos dado una nueva vuelta a la visibilidad del colectivo LGTB en Latinoamérica. Ambas todavía suponen un auténtico fenómeno en toda la región y en muchos latinoamericanos que viven en los Estados Unidos. Con una producción humilde y una distribución aun más sencilla, la demanda de los espectadores ha convertido a ambas en cintas de enorme difusión y películas de culto, a una vez. Si Azul y no tan rosa se convirtió desde su estreno a finales de noviembre de 2012 en la cuarta película más vista de Venezuela en toda su Historia, con más de seiscientos mil espectadores, las descargas de La partida en su primera semana superaron las ciento diecisiete mil.
Ambas películas fueron más allá de los límites puramente cinematográficos desde el principio y han tenido sus respectivas repercusiones sociales. Con Azul y no tan rosa porque es una película que supera el retrato de un drama gay: es una película familiar sobre la tolerancia, abierta a todos los públicos, que ha servido para que los miembros de muchas familias se reconcilien. Con La partida porque arroja luz sobre la homofobia que muchos gays ejercen sobre sí mismos como castigo por practicar una conducta sexual moralmente deleznable en sus respectivas sociedades y porque es una historia nunca contada sobre un primer amor.
Malas compañías tiene la fuerte convicción de seguir produciendo películas de temática gay aunque, quién sabe: algún día caeremos en la cuenta que la temática gay no existe, que es cine nada más. Qué importa la orientación sexual de los sentimientos sino los sentimientos mismos para articular el relato.
Antonio Hens (Córdoba, 1969)
Director de cine y realizador de televisión, es licenciado en Filología Inglesa. Sus inicios en el cine llegaron con los cortos en formato Súper 8: Con quién te irás esta noche (1988) y Mentula (1989). Comenzó a trabajar como montador en Canal Sur TV donde desempeñó varios trabajos entre ellos en el programa informativo Los reporteros (1991), que recibió el Premio Ondas. Más tarde fue realizador de diversos programas de entretenimiento e informativos tanto en Canal Sur TV como en Tele 5. Decidió estudiar la especialidad de dirección en la Escuela de Cinematografía de la Comunidad de Madrid (E.C.A.M.) y creó su propia productora con la que produjo y dirigió otros cortos ya en formato 35 mm. Entre otros Adiós, Eva, te quiero (1999), ganador entre otros del Premio al Mejor Cortometraje y el Premio Canal+ en el Festival de Cine Español de Málaga; y Malas compañías (2000), por el que recibió entre otros, un premio en el concurso de TVE Versión Española, el premio al mejor corto de la historia del programa La noche más corta de Canal Plus, el Premio Valores Sociales en el Festival de Cortometrajes de Alcalá de Henares y el primer premio del Festival de Cine Gay de Londres. Desde 1998 ha dirigido diversas series de televisión, entre ellas Arrayán (dos veces premio Ondas y 2406 capítulos). En 2002 junto con Inés Núñez crea la productora Malas Compañías PC, que surgió a partir de la unión de su productora Antonio Hens P. C. y la de Núñez, Hasta en las Mejores Familias que acaba de recibir el premio Gehitu de Plata. En 2003 fue coguionista, de la película Los novios búlgaros, dirigida por Eloy de la Iglesia y basada en la obra de Eduardo Mendicutti. De 2007 data su opera prima en el mundo del largometraje, Clandestinos, que levantó gran polémica en su momento. Segundo largo, La Partida (2013), se encuentra ahora mismo en distribución comercial con gran acogida en todo el mundo. Ha recibido, entre otros galardones, el premio a la mejor película del Festival LGTB de Ámsterdam.
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