Las lesbianas no somos invisibles. Lo fuimos en su momento y quién sabe cuándo volveremos a serlo, pero no es nuestra situación en la actualidad. Los medios de comunicación del Estado español, especialmente la televisión, nos han llamado a filas. Seguro que muchas os acordáis de Diana de “7 vidas”; Maca y Esther de “Hospital Central” o Raquel y Noemí de Gran Hermano. Algunos ejemplos más: Rosana la de “A fuego lento”; Elena Anaya o Sofía Cristo. Ante la importancia de ser visibles, hemos acudido en masa a su llamada y nos hemos encontrado con la realidad. No vamos a llegar nunca a la cumbre. Lo dijo Rubin.

Los medios no querían lesbianas para favorecer la creación de nuestra identidad suministrándonos referentes sino para satisfacer la mirada de un público heterosexual, que se ha propuesto parecer propio del siglo XXI. El modelo de lesbianismo que han generado los medios de comunicación no puede dañar la retina heterosexual, no puede alterar sus costumbres, ni hacerle cuestionarse absolutamente nada. Lesbianas, sí; pero como dios manda. Así, nos encontramos ante una negación atroz y cruel de la pluma bollera (exactamente lo contrario a lo que sucede en el caso de las representaciones de gais), una organización familiar muy tradicional (trinomio lésbico amor-matrimonio-maternidad), procesos de salida del armario nada problemáticos o la falta de representación de esa lesbofobia que a las lesbianas nos machaca diariamente. El lesbianismo además suele ser representado como un ‘error’ o una situación a la que se ha visto abocado el personaje. Quién sabe, piensa el tipo hetero que ve la televisión, si mi polla podrá tener cabida alguna vez entre ellas. ¿Sexo lésbico? Sólo alusiones, que estas cosas salen en la tele mientras cenas. El explícito, después de las doce.
Los medios de comunicación crean maneras de estar en el mundo, sí; pero hacen algo más importante aún: determinar de qué manera no se puede estar. Han definido el lesbianismo que aceptan porque era insostenible seguir ignorando nuestra existencia. Bien, aceptamos a las lesbianas, pero si no generan interferencias en nuestra comunicación: ninguna alusión a discursos políticos, prohibidas las redes de iguales, nada de crítica, pocos problemas. Las lesbianas de la tele se enamoran y demuestran al mundo que no hay nada de malo en amar, se casan en un intento de reivindicación de sus derechos más básicos y tienen hijos e hijas mientras alaban a la industria médica por permitirles formar parte del sistema. Las lesbianas que acepta la sociedad no son lesbianas: son esposas y madres. Así, el amor, el matrimonio y la maternidad se convierten en un ritual de aceptación par poder escalar algunas posiciones en la pirámide de aceptación, que ya estableció Gayle Rubin. La sociedad prefiere a una bollera mamá de trillizos (es lo que tiene la inseminación artificial) que a una hetera que cada fin de semana folla con un tipo diferente. A ver qué os vais a creer.
 
Los medios de comunicación quieren normalizar el lesbianismo. Es ese su objetivo, pero también el de la sociedad, la política y el de muchas de nuestras familias y amistades. Normalizar, normalizar, normalizar, normalizar; normalidad, anormales.

Entre toda esta basura, estamos nosotras. Viviendo. Y alrededor también, las dudas. La normatividad a la que está condenado el lesbianismo para ser aceptado no puede más que provocarme un enorme rechazo porque, como lesbiana, reivindico también mi derecho a ser una desviada, una puta, una maleducada, una irresponsable, una mala madre, una drogadicta o una imbécil. Pero también sé que bastante estigma tenemos aún las lesbianas como para que seamos nosotras o nuestras reivindicaciones en los medios las que lleven a cabo más rupturas con las normas. Pienso en el imaginario social que hay sobre el lesbianismo y sobre todo pienso en todas las lesbianas que aún lloran pensando en cómo decírselo a sus padres. Los discursos políticos parece que muchas veces no entiende de dolor y se construyen en pro de unas teoría que desconocen nuestros abuelos y abuelas, por ejemplo. Los medios de comunicación, más allá de todas las críticas que podamos verter sobre ellos, pueden hacer mucho por nosotras. Si lesbianas de la tele son mamás, fieles o profesionales es mucho más fácil que nuestras familias acepten nuestra identidad. Hacer política y teoría es fácil si en tu entorno no saben que eres lesbiana o creen que eres una lesbiana “normal”. No nos engañemos, resulta más fácil decir todo esto aquí que hablarlo con mi madre.

Creer que no es importante que Ellen Page salga del armario es violencia. De diferentes maneras. La presuposición de heterosexualidad a la que estamos sometidos gais y lesbianas es violencia. Es violencia por mucho que al hacer público el lesbianismo la respuesta sea buena. Es violencia porque duele, porque agrede, porque cuestiona mi vida como posibilidad. Aprovecho para mandar a la mierda desde aquí a todos los que me habéis preguntado alguna vez si tengo novio. Era más fácil y más justo preguntar si estaba enamorada.

Quizá el problema de las lesbianas ya no sea la invisibilidad y la lesbofobia tal y como lo entendíamos hasta ahora, pero seguimos siendo invisibilizadas y agredidas. ¿Invisibles? No. Irreverentes.

Andrea Momoitio
Periodista, lesbiana y feminista. Subdirectora de Pikara Magazine, un proyecto de periodismo de calidad y transformador con perspectiva de género. Si no lo conoces, te recomendamos que visites su página web: http://www.pikaramagazine.com/

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