Lesbiana y trans ¿Y ahora qué hacemos?. Dori Fernández Hernando
Hace algo más de un mes, con motivo del 8 de marzo, Día Internacional de las Mujeres, una plataforma ciudadana pidió a la Asamblea de Mujeres de Córdoba Yerbabuena –uno de los grupos feministas con los que colaboro- que participara en una mesa redonda para explicar qué es el feminismo, cómo ha evolucionado a lo largo de la historia y cuál es la situación actual en este delicado momento en nuestro país.
Era una intervención de quince minutos que después ya sabemos que se ve mermada debido a los retrasos habituales en este tipo de debates. Y ciertamente, condensar tres siglos de historia en menos de quince minutos es sin duda una tarea hercúlea.
Pues bien, con este artículo para GEHITU con motivo del 26 de abril, Día por la visibilidad lésbica, sucede algo parecido.
Pero no voy a hablar de lesbianismo ni de visibilidad, sino de feminismo, puesto que entiendo que la orientación sexual supone una discriminación más en la vida de las mujeres que se suma a todas las que ya padecen a lo largo y ancho del planeta en las distintas sociedades patriarcales: la primera, sencillamente, ser mujer; la segunda, ser o querer ser madre (adiós al empleo); la tercera, poseer una orientación sexual distinta a la heteronormativa; la cuarta, ser de un país distinto al que se habita; la quinta, pertenecer a una etnia diferente; la sexta…y así podríamos seguir hasta quién sabe cuántas. Esta colección de discriminaciones que se dan en un mismo sujeto se denomina en los círculos académicos interseccionalidad.
Pues bien, todos los años desde 1975 en que Naciones Unidas declaró el Año Internacional de la Mujer, cada 8 de marzo, los movimientos sociales progresistas (LGTB, feministas, 15M…, en definitiva, pro-derechos humanos), quieren rendir homenaje a las mujeres que a lo largo de la historia han contribuido a la causa que persigue el feminismo y que no es otra sino la de lograr una sociedad en la que la vida de las mujeres valga lo mismo que la de los hombres, independientemente de su identidad de género, de su orientación sexual o de cualquiera de las variables que contempla el artículo 14 de nuestra vapuleada Constitución. Sí, ya sé que alguien me dirá que la dualidad binaria hombre-mujer es ilusoria y que la misma teoría Queer desmonta que existan sólo esos dos géneros. Y quien me señale -efectivamente- tiene razón, porque existen tantos géneros como deseemos, incluso varios en una sola persona a lo largo del tiempo, pues como la filósofa norteamericana Judit Butler sostiene y Heráclito de Éfeso ya anticipó unos pocos siglos antes, el género no es constante, pues de la misma forma que “panta rei, todo fluye, todo cambia, nada permanece” que dirá el filósofo griego, el género también. Y es que queramos o no, “No podemos bañarnos dos veces en el mismo río” (Heráclito, 535 a. C.- 484 a. C.).
La Teoría Queer o feminismo Queer, como nos explica Coral Herrera Gómez, activista feminista, Doctora en Humanidades y Comunicación Audiovisual, especialista en amor y en Teoría de Género –a quien recomiendo perseguir en las librerías y en las redes sociales-, rechaza la clasificación de los individuos en categorías universales como “hombre” o “mujer”, “homosexual”, “heterosexual, sosteniendo que éstas esconden un número enorme de variaciones culturales, ninguna de las cuales sería más fundamental o natural que las otras. Contra el concepto clásico de género, que distinguía lo “normal” (en inglés straight) de lo “anómalo” (queer), lo queer afirma que todas las identidades sociales son igualmente anómalas (Herrera, 2011).
Butler se inspirará entre otras autoras y autores en Simone de Beauvoir y su obra, El segundo sexo (1949), en su consideración de la identidad de género como un proceso abierto e inacabado. La construcción identitaria, la construcción del género será entendida entonces como una práctica de improvisación diaria en un escenario constrictivo, una forma de “hacerse” –el género- incesante, performada, que se da siempre con o para otro, dentro y en relación con una sociedad determinada y con unas normas de género determinadas por ésta (Butler, 2006).
En la misma línea, la filósofa Beatriz Preciado, sostiene que Queer es una oposición radical a la norma, un giro post-identitario que tiene que ver con una mirada crítica a todos los procesos de construcción de identidad, de ver de forma crítica los procesos a través de los cuales nos hemos construido como heterosexuales, homosexuales, lesbianas, gays, etc. (se lo escuché decir en la Conferencia del Festival SOS 4.8 de Murcia en 2009; el vídeo está en youtube, os lo recomiendo).
Pero bajemos del cielo teórico y volvamos a la realidad. ¿Cómo somos percibidas las lesbianas, homosexuales, bisexuales, trans, heterosexuales, por el sistema heteropatriarcal en que nos desenvolvemos? ¿Qué es lo primero que “dicen de nosotras”? Lo primero que ven –y en la mayoría de las ocasiones lo único- es que somos mujeres (raritas, sí) o somos hombres (con pluma pero qué tío más majo). Y esa es, queramos o no, la cruda realidad. En esta sociedad del binomio, esquizofrénicamente bipolar, todas las personas somos cortadas por el doble rasero que nos divide en función de los atributos sexuales que tengamos y que se traslucen o presuponen a través de las dos identidades de género mayoritarias: hombre y mujer, que devienen igualmente en los únicos amaneramientos o roles de género que la propia sociedad promueve y reconoce: el masculino y el femenino.
Recuerdo una crítica que en cierta ocasión me propinó una amiga trans, Ainara Ruíz, a un artículo que publiqué en Píkara Magazine, “Las mujeres, el bien más preciado” (Fernández, 2012), porque sostenía lo mismo que ahora sostengo aquí: y es que somos libres; podemos incluirnos en las etiquetas que queramos: mujer, hombre, trans, ciborg, lesbiana, gay… Pero por favor, seamos inteligentes eligiendo, porque aquellas etiquetas o identidades de género que sean percibidas por el sistema como “parecidas” a uno de los roles patriarcales, el femenino, tienen las de perder, puesto que antes de raritas, nos verán como mujeres y caerá sobre nosotras el patriarcado con todo su peso, restringiendo nuestros derechos y haciendo inhabitable nuestra vida hasta amoldarla a sus propias e interesadas necesidades.
Así que, buen viaje identitario.
¡Viva la lucha de las mujeres y de todos los individuos que lo parezcan!
Dori Fernández Hernando
Asamblea de Mujeres de Córdoba Yerbabuena
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