Madres lesbianas y nuevos modelos familiares. Elixabete Imaz
En febrero de 2004 una resolución judicial que otorgaba la patria potestad a una mujer sobre las hijas biológicas de su pareja femenina acaparó la atención de los medios durante unos pocos días, haciendo emerger de forma pública la maternidad en el seno de parejas lesbianas que hasta ese momento parecía haber pasado casi desapercibida. Más tarde, la homoparentalidad volvió a convertirse en tema de interés al contemplarse en la ley de matrimonios homosexuales del 2005 tanto la adopción conjunta como la coadopción de los hijos e hijas de la o del cónyuge. Durante unas pocas semanas se produjo un debate intenso que giró, fundamentalmente, en torno a los posibles efectos que sobre los menores podría comportar convivir bajo la tutela de una pareja homosexual, aunque el debate tendió a centrarse más en las parejas masculinas y, curiosamente, apenas se hizo mención a las maternidades lesbianas, probablemente mucho más habituales. Estos fueron, tal vez, los dos únicos momentos en los que las maternidades lesbianas cobraron cierto protagonismo en la escena pública. Fuera de estos momentos, la maternidad lesbiana ha sido un fenómeno con el que nos hemos ido familiarizando progresivamente, casi imperceptiblemente, y que tiene cada vez mayor aceptación o, al menos, tolerancia.
En el caso del Estado español las maternidades lesbianas se encuentran en una situación que en algunos aspectos podría considerarse privilegiada y que en todo caso podemos definir como peculiar: se dispone de la posibilidad legal de matrimonio y de adopción como pareja y bajo determinadas circunstancias ambas mujeres son consideradas progenitoras de un niño o niña. Además, existe la posibilidad de uso legal de la inseminación artificial con donante anónimo, así como el acceso a técnicas de procreación novedosas como la denominada ROPA (recepción de óvulos de la pareja), que sin ser legal no es, al menos, ilegal. A todo ello hay que añadir que en algunos casos la sanidad pública gratuita asiste a las parejas en algunos de estos tratamientos -derecho que, hay que insistir, se encuentra ahora mismo en claro retroceso al amparo de los recortes presupuestarios en la sanidad-. En todo caso, todo ello abre un abanico amplio y variado de posibilidades de acceso a la maternidad para las parejas de mujeres.
La primera ley española sobre tecnologías reproductivas de 1988 definía como destinatarias y posibles beneficiarias de la fertilización asistida a las mujeres en general, sin la condición, tal y como ocurre en otros países, de que se trate de una mujer casada o en pareja heterosexual y sin imponer el requisito de infertilidad como modo de acceso. De modo que toda mujer mayor de 18 años, debidamente informada y que gozase de las condiciones de salud adecuadas podía –y puede- legalmente recurrir a este tipo de técnicas. De esta forma, la invisibilidad que a menudo caracteriza al lesbianismo hizo que pasase desapercibido un resquicio legal que probablemente no era el que se tenía en mente en la redacción de la ley, pero que favorecía a las mujeres que quisieran ser madres sin pareja masculina, fueran estas mujeres solas o en pareja femenina.
Sin embargo, durante aquellos primeros años, las parejas lesbianas recurrían muy poco a las técnicas reproductivas: se desconocían las posibilidades, no se disponía de los recursos económicos suficientes y tal vez, simplemente, no entraba dentro del campo de lo posible. Maternidad y lesbianismo se consideraban un oxymoron es decir, dos términos contrapuestos e inconjugables. El conocimiento de casos cercanos entre amigas, entre compañeras de trabajo, en las escuelas es lo que ha hecho que paulatinamente más y más parejas lésbicas se hayan planteado la maternidad.
En el caso de una pareja de mujeres que busque tener un hijo o hija la opción más utilizada es la inseminación artificial. Hay que tener en cuenta que al tratarse, en principio, de mujeres fértiles las posibilidades de éxito de las técnicas de inseminación son altas. Acudir a ellas no obliga al sometimiento a todo un largo proceso sobre la idoneidad de la candidata (o candidatas) que es requisito imprescindible en la adopción. La inseminación se convierte así en la opción más factible, más económica, más rápida y con más posibilidades de éxito.
En la mayor parte de los casos las mujeres han preferido recurrir a la donación anónima pues la inseminación por donante conocido plantea una negociación de definición de deberes y responsabilidades entre el donante y las futuras madres –si el donante es conocido hay un hombre que puede reclamar sus derechos como progenitor. Además, no es un elemento menor que el donante actúa en ocasiones como un tercero que provoca una quiebra en la concepción de pareja que consideramos debe ser simultáneamente sexual, afectiva, procreativa y de convivencia y. todo ello, de forma exclusiva. Es así que en el País Vasco y en el Estado son raros los casos de coparentalidades en los que un hombre o una pareja gay decide con una pareja de mujeres tener un hijo en común, acuerdos que no son del todo inhabituales en países como Bélgica, por ejemplo.
En mi opinión, las experiencias de las parejas que desde el lesbianismo optan por la maternidad tienen el efecto de ampliar el concepto de maternidad y a su vez de paternidad, excesivamente encerrado en una idea de familia inflexible y única, -es decir, la familia nuclear compuesta por un hombre, una mujer y los hijos e hijas de ambos- y enriquecen así el concepto de qué es una familia. Por eso, no estoy de acuerdo cuando se argumenta que las maternidades lesbianas han existido siempre.
Si bien es cierto que ha habido mujeres lesbianas que tenían hij@s o parejas de mujeres que educaban conjuntamente a uno o varios niños, eran familias conformadas a partir de proyectos familiares anteriores o familias que eran consideradas carentes o desestructuradas en cuanto que carecían de un cabeza de familia masculino. Lo que es novedoso es que hoy existen instrumentos legales y medico-científicos para que un niño o niña tenga dos madres reconocidas como tales, pero que sin embargo no tenga padre –no porque no se hace cargo, o ha abandonado a sus hijos; sino porque literalmente no existe. Y esto constituye un cambio significativo. Un segundo elemento que considero debe resaltarse en las maternidades lesbianas es el de la voluntad de formar una familia y de reivindicarse como tal desde el lesbianismo. Ya no estamos hablando de disyuntivas: maternidad o lesbianismo. Sino de opciones desde el lesbianismo: ser madres si eso es lo que quiero o como pareja queremos.
En relación a la socialización de los niños y las niñas y a los roles establecidos entre los diferentes miembros de la familia, los vínculos internos que se establecen en las familias lesbianas son experiencias de enorme interés ya que los estereotipos sobre lo masculino y lo femenino van a ser necesariamente replanteados y reedificados. La socialización primaria de estos niños y niñas partirá de coordenadas diferentes precisamente en lo doméstico, en el contexto de lo más inmediato, allá donde las relaciones y estereotipos de género y sexuales más resistencia y fuerza parecen mantener. De la misma manera, la resocialización y aprendizaje que la situación exige a las dos mujeres se constituye como una interesante experiencia de emergencia de modelos y valores de cambio, al igual que lo es para su entorno inmediato: los abuelos, parientes, vecinos u otros padres y madres. Pues la maternidad implica indefectiblemente la visibilización de la opción afectivo-sexual de las progenitoras en todos los ámbitos de la vida cotidiana y exige al entorno una toma de posición y actitud al respecto.
Pese a todo ello, para terminar creo que es importante reflexionar también sobre si este nuevo tipo familiar implica un cuestionamiento profundo o no de los modelos familiares y de maternidad. En este sentido creo que son acertadas las sospechas que desde el feminismo se manifiestan en ocasiones al mostrar recelo ante el hecho de que sea precisamente desde la reivindicación de la maternidad que el lesbianismo adquiera mayor visibilidad y aceptación.
Desde las familias homoparentales se reclama el derecho a ser padres y madres “como los demás”parafraseando el libro de Anne Cadoret-, y esta reclamación trastoca la institución familiar en la medida en que se afirma que ni división de géneros ni heterosexualidad son requisitos para de criar y educar un niño (las bases sobre las que se asienta la familia nuclear, precisamente). Pero más allá de esta reivindicación, importante sin duda, la concepción de la familia no se aleja excesivamente del modelo familiar constituido a partir de unidades domésticas independientes y organizadas en torno a una pareja de adultos que acaparan las responsabilidades y derechos sobre los hijos que quedan bajo su tutela.
Por otra parte, se plantea la cuestión de hasta qué punto los modelos de maternidad que se desarrollen a partir de estas nuevas experiencias propiciarán o no la quiebra del hegemónico modelo de maternidad que Sharon Hays denominó “maternidad intensiva” que se caracteriza por la sobrerresponsabilización de la madre en la crianza y la centralidad absoluta del niño o niña en detrimento de las necesidades y aspiraciones de la madre. Habrá, pues, que esperar para comprobar si desde la cotidianidad y el día a día estas nuevas familias surgen también propuestas de nuevos modelos de ser madre y de ejercer la maternidad.
Elixabete Imaz
Antropóloga y Profesora en la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertistatea.
elixabete.imaz@ehu.es
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