Un año sin amor (2005) de Anahi Berneri, y basada en la novela homónima de Pablo Pérez, aborda la temática del Sida de manera abierta y sincera, desde una perspectiva que, para aquellos que tienen la suerte de vivir en sociedades donde el Sida ya no es “estigmatizado”, resulta hasta cierto punto irreconocible. Sin embargo, en esta película el cuerpo del protagonista no deja de presentar rasgos de resistencia, sufrimiento y desviación, ya que él mismo es presentado como mártir, víctima del HIV y, hasta cierto punto, como desviado sexual. El filme narra el día a día de Pablo Pérez (Juan Minujín) durante todo un año, en el cual trata de entender y encontrarle sentido a su existencia luego de haber sido diagnosticado como seropositivo.

La película usa el cuerpo del protagonista como una herramienta para exteriorizar las ansiedades de una audiencia cinéfila que es considerada en el imaginario como heterosexual y, para la cual, el tema del Sida sigue siendo tabú y los homosexuales casi los únicos portadores del virus. Es innegable asumir que este tipo de películas ambientadas en los años 90, una época cuando el Sida era considerado una enfermedad letal, tienden a ser mucho más extremas en la manera como reflejan la realidad seropositiva y que, hoy en día, pueden parecer medio obsoletas y hasta caricaturescas.

Sin embargo, Un año sin amor refleja sin tapujos una realidad que muchos vivieron y de la que fueron testigos o víctimas. El cuerpo seropositivo del protagonista es parte de un discurso que ya había venido siendo postulado en muchas otras películas de la época, sin embargo aquí ya no es presentado como la víctima desmerecida de una plaga que atestaba contra la comunidad gay, sino como alguien que, en su rabia social contra tanta discriminación, se involucra en prácticas de sexo leather y sadomasoquismo (con imágenes bastante explícitas en el filme como la orgía en las cuartos oscuros de los clubes y saunas frecuentados).

Al mismo tiempo, se nos presenta un cuerpo bastante vulnerable como cuando el protagonista está en el hospital y donde el uso de primeros planos muestran como su cuerpo es punzado,
inyectado y como “sufre” todo tipo de tratamiento en los momentos más duros de su condición.

Es interesante ver como, tanto la película como el libro en el cual está basada, tienden a ver una relación intrínseca entre el ser
seropositivo y el deseo por el leathersex de una manera en la cual ambas son consideradas “desviaciones” de la heteronormalidad.

El deseo de Pablo por la sumisión dentro del leathersex es presentado, en muchos momentos de la narrativa, como sintomático de su condición patológica como seropositivo. Aunque es posible pensar que Un año sin amor sugiere en algunos momentos que el leathersex es un mecanismo de defensa para desligarse de la noción del “yo”, la misma no desproblematiza el leathersex como una práctica alejada de la noción de desviación sexual, ni tampoco normaliza la medicalización del síndrome.

Aunque la película tiende a momentos de empatía (a veces enmascarada como lástima hacia el protagonista), muchos son los estereotipos que son reforzados a través del uso de la estética de la plaga y la estética de la muerte que tienden a demonizar a los seropositivos como individuos cuya enfermedad se ve como una amenaza al statu quo de la sociedad heteronormativa.

Uno de los aspectos más interesantes de la película es su mirada franca y honesta a la identidad gay durante la que pudiera verse como la época más precaria y difícil desde el descubrimiento del síndrome. Una época en la cual los seropositivos pasaron de ser “personas que morían de Sida” a ser personas que “vivían con el Sida”, es decir el Sida pasa de ser una enfermedad incurable y mortal a ser una condición tratable y con la cual se vislumbra, para aquellos
mediados de los 90, la posibilidad de poder vivir una vida “normal”.

Tal trayectoria se sigue viendo a través del cuerpo de Pablo a quien Berneri presenta en un momento dado casi como un cadáver ambulante, pero que poco a poco comienza a recuperar su salud a partir del momento que comienza a recibir tratamiento antirretroviral. Estos momentos, sin embargo, siguen siendo marcados por una estética de la plaga (o anti-plaga) reconocible en un cuasi-pastiche del género de ciencia ficción donde a través de extremos primeros planos vemos a Pablo que tiene en la palma de la mano varias pastillas de su nueva terapia combinada: Crixivan 400 mg, Y9C 100 and 200 DDI.   

Tal vez lo más interesante de la película sea la trayectoria en la cual se embarca el cuerpo del protagonista y que refleja de manera bastante acertada un cambio en la “política del cuerpo” para aquellas personas que comenzaron a recibir terapia combinada a mediados y finales de los 90, y para quienes las perspectivas de vida cambiaron radicalmente.

Esta evolución del cuerpo la apreciamos en la circunvenida manera como  Pablo trata de describirse a sí mismo al principio de la película: “Rapado. Buen cuerpo. Busco amante, amigo varoníl. Acivo, bien dotado. Relación estable con sexo seguro”. Y apreciamos como su identidad seropositiva parece estar presente en todo momento cuando, inmediatamente después de escribir estas líneas prefiere cambiarlas a “Espíritu franco. Idealista. Busco compartir placeres, sexo, amistad
con hombre masculino hasta 40. Yo: 30, 1.73, 64, rapado, (HIV+)”.

La seropositividad y el cuerpo positivo están presentes en  todo momento y se hacen parte esencial de la narrativa de la película. Las escenas de sexo leather, así como la escena de la orgía gay en la sauna, son mostradas con un trabajo de cámara donde abundan las primeros y medios planos como si la cámara fuera testigo carnal de la realidad del protagonista y de cómo su cuerpo se convierte en su peor enemigo y el instrumento que le castiga pero también le redime de ser rechazado por su condición seropositiva.

El cuerpo de Pablo deja de ser “anima” en el sentido filosófico para convertirse en una persona que puede ser clinicalizada a través de la escritura médica como en la escena donde la cámara se enfoca en las notas del doctor mientras (d)escribe a Pablo como “CD4 100cel/mm3. CD8 960cel/mm3”. No es de extrañarse que en sus reflexiones Pablo describe al SIDA como “enfermedad monstruosamente porno”.

Al final Un año sin amor nos muestra sin tapujos y sin los romanticismos y dramas de otras películas similares de la época, la realidad de alguien que se sabe seropositivo y para quien la posibilidad de morirse (y pasar a ser uno más de los tantos mártires que tuvo esa época de muertes por SIDA que pasaron a ser simbólicas de una discriminación que sufrieron muchos por su estatus de seropositivos) ya no era una “alternativa”.

Así mismo, la película nos muestra los diferentes niveles de distanciamiento que tiene el seropositivo hacia la realidad que le circunda. Merecen especial mención las actuaciones de Mimí Ardú como la frenética tía del protagonista que parece no tener otro motivo en la vida que atormentarle su no tan plácida existencia, mientras que la relación con su padre, interpretado por Ricardo Merkin, muestra los problemas que siguen atravesando los homosexuales (seropositivos o no) en cuanto al rechazo familiar.

Por otro lado, las actuaciones de Omar Núñez como el comisario Báez quien jugará un papel muy importante en el proceso de descubrimiento y exploración del cuerpo de Pablo como cuerpo seropositivo y la carnalidad del cuerpo dentro de las practicas leather en las que se involucra el protagonista mientras trata de entender su propia realidad. En este sentido la necesidad de Pablo de someter su cuerpo a otras experiencias corporales (alejadas de la seropositividad) y así entrar en otras formas  discursivas del cuerpo nos recuerdan que como bien expresa Roy F. Baumeister el “SM es esencialmente un intento de escapar de sí mismo, en el sentido de lograr una pérdida de un gran sentido auto-conciencia”.

En la película de Berneri el cuerpo de Pablo se convierte en el eje central de la trama ya que el mismo debe luchar contra un sinnúmero de instancias de discriminación por su sexualidad, por su condición seropositiva y hasta por su deseo de ser escritor (una carrera poco comercial según su padre).

En conclusión, esta película rompe con muchos de los estereotipos que ya venían siendo (sobre)utilizados en el cine GLBT en lo que se refiere a la seropositividad y que a la final trata de enfrentar aquellas opiniones en las cuales, en palabras de  Ricardo Llamas, “la reducción del “sujeto homosexual” al cuerpo, y la reducción de su expresión corporal a la búsqueda del placer, dan lugar al estereotipo de un gozo que es: 1) inmoderado, 2) frustrante y falso, y 3) destructivo”.

Gustavo E. Subero
Especialista en Estudios Culturales de América Latina
Regent’s Institute of Languages and Culture
Regent’s University London