¿Por qué uno tendría que dejar de sentirse atraído por sus semejantes al cumplir los 70? Resulta absurdo pensar en esa posibilidad y una fecha o edad en la que la caducidad amatoria se active. Es una falacia. Somos seres sexuales y sentimentales desde la cuna hasta la tumba.Sin embargo, el ageism que tanto daño está haciendo a las estrellas de cine y su equivalente en estos lares, la discriminación por edad, son una realidad.

Vivimos en la dictadura silenciosa de la juventud. Si uno es joven tiene oportunidades que no tendrá cuando doble su edad, con independencia de sus capacidades, conocimientos y experiencia. Los jóvenes rinden más, se cansan menos, ganan menos y protestan menos. En la lógica del capitalismo más desaforado, lo estamos viendo, un desempleado de cierta edad, puede darse por amortizado.

Lo mismo pasa en el Love/Sex business. Parece que en el tema del amor, aún tiene un pase, pero el sexo es un asunto exclusivamente juvenil. O eso nos quieren vender. Los sexólogos están cansados de decir que tenemos vida sexual durante toda la vida. Eso incluye deseo, práctica y orgasmos. Otra cosa es la frecuencia, la duración, la intensidad, etc. Pero no existe una edad, un cumpleaños, en el que caduque nuestra libido. Y en el colectivo LGTB, tampoco. Sin embargo, nos estamos encontrando con casos de personas que llegadas a la senectud se ven obligadas a realizar un camino de vuelta al lugar del que salieron, con mucho esfuerzo y sufrimiento, años atrás: al armario.

Llegados a una edad, su sexualidad pasa a segundo o tercer plano, y ser gay, lesbiana, trans, o bisexual es como ser de la Real o admirador de Madonna. Priman otras necesidades y las aventurillas de juventud se dejan en el baúl de los recuerdos.
¿Podemos guardar en dicho baúl los deseos, los amores, la ternura, la dignidad, en definitiva? Desde los años 70 y 80, miles de conciudadanos empezaron a salir del armario y a luchar por la visibilidad y por el reconocimiento de los derechos que ostentamos actualmente. Sin la incansable batalla a pecho descubierto de aquellos y aquellas pioneras, hoy no sólo no podríamos casarnos, sino que las agresiones homófobas y transfobas no tendrían la repercusión ni la reprobación social que tienen. Ellos y ellas, hoy en la lucha igualmente, aunque con una satisfacción merecida por el trabajo bien hecho, y por los logros conseguidos, peinan ya canas (teñidas o no).

¿Tienen que dejar de lado la dignidad, a la defensa de la cual han dedicado sus vidas? ¿Tendrán que verse en la tesitura de elegir entre su vida afectivo-sexual y la posibilidad de vivir en una residencia, por ejemplo?

Es de esto de lo que estamos hablando. De personas mayores con un cierto grado de dependencia que requieren ayuda domiciliaria o una plaza en un centro de atención a personas de la tercera edad. Esas personas seremos todos algún día. Esta circunstancia crecerá porque no es que hoy en día no haya LGTB ancianos, sino que muchos jamás pudieron salir del armario. Los que pudimos hacerlo, ahora cientos de miles, cuando envejezcamos, si no se han adoptado medidas que prevean esta realidad, nos encontraremos ante una disyuntiva cruel. Quizá tengamos que dejar de dormir con nuestras parejas del mismo sexo para poder tener una plaza en una residencia. No se me ocurre nada tan cruel como verse obligado a separarse de facto de la propia pareja.

Es por esto que las legislaciones tienen que ir adaptándose a las realidades que son y que serán. Porque, como siempre, algunos lucharán, pleitearán y puede que ganen y logren conservar su dignidad; pero otros pensarán que bueno, que no tienen fuerzas, que no vale la pena…

No sé si la solución son residencias para LGTB o simplemente se trata de respeto y educación. Lo que sé es que si tenemos la suerte de vivir largos años, querremos vivir aquella etapa con dignidad, con amor, con deseo y en paz.

Óscar Hernández Campano
oscarhercam@gmail.com